Camille Liets

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Es en una casita construida junto a un río en Teahupo'o que Camille Liets ha depositado sus boardbags. Con sus amigos, recorre las montañas y los arrecifes de la isla. Pero al principio no tenía que ser así. "Siempre había soñado con venir a descubrir Tahití por mi cuenta, pero no como turista. Tenía muchas ganas de conocer a los polinesios, su cultura, su lengua y su modo de vida, así que cuando terminé mis estudios, decidí dar el gran paso. Pensaba quedarme 6 meses, pero aquí estoy todavía, dos años y medio después".

«Cuando llegué a Tahití, mi sueño era poder sacarme un tubo en Teahupo'o. Una vez conseguido, empecé a soñar en algo mayor».

Durante sus primeras sesiones en el Sur del océano Pacífico, Camille no conocía a absolutamente nadie. Remó y observó a los surfistas para entender cómo funcionaba el spot. "Teahupo'o es la ola más impresionante que he visto nunca. Incluso cuando no es grande, sientes que te metes en algo que te va a encerrar. Es un poco contra instintivo. En cuanto no surfeo allí durante tres semanas, es como volver a empezar de nuevo. Vuelve la aprehensión". Sólo hay una manera de progresar: surfear lo más a menudo posible, adaptarse a las exigentes condiciones y ser adoptado por la comunidad. "En casa, tenemos surfistas de Capbreton, Seignosse y Vieux Boucau, gente con la que creces, son como tu familia. En Tahití, hay una gran comunidad de surfistas, con pequeños grupos según el spot. Es algo que llevo en el corazón porque me recuerda a mi hogar. Como en todo el mundo, lo más importante es el respeto. Los lugareños son muy majos, pero eso no significa que me vaya a ganar mi sitio. Me van aceptando poco a poco. Cuando llegué a Tahití, mi sueño era poder sacarme un tubo en Teahupo'o. Una vez conseguido, empecé a soñar en algo mayor. Hoy, intento pasar más tiempo surfeando esta ola y trabajando mis puntos débiles con el objetivo de hacer un día un tubo de verdad en una sesión de las grandes".

Originaria de la región francesa de Las Landas, Camille ha estado literalmente inmersa en el mundo del surf, ya que se acercó a él de la mano de su tío y su padre, François, ambos surfistas de renombre, así como del resto de la familia, que, como ella recuerda, "se pasa la vida en la playa". Camille cogió su primera ola a los dos años, pero fue durante las clases de surf de su adolescencia cuando se afianzó su pasión. "Me encantan las sensaciones de un shortboard, el hecho de tener que remar fuerte y entrar en la parte más radical de la ola donde hay más pendiente, así como la velocidad de las maniobras. El invierno pasado, cuando volví a Hossegor, hubo una gran sesión de jet ski. Mi padre estaba con Gilbert (Teave) para darle paso. Tiró de mí y cogí dos olas, y fue estupendo. Me gusta mucho la adrenalina". Y en Polinesia, el entorno espectacular es un marco perfecto para las emociones fuertes.

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Cuando no trabaja en su consulta de fisioterapeuta, Camille surfea en Teahupo'o durante diez meses al año. Como expatriada, a veces puede sentir nostalgia del continente, pero esta acrobacia geográfica es realmente todo lo que necesita. "Es un equilibrio que necesito. Cuando estoy en Hossegor, echo de menos la dulzura de la vida en la polinesia y, una vez aquí, también echo de menos a mis seres queridos. Lo que me gusta de la Polinesia es que la gente es acogedora y generosa, se toma su tiempo para vivir el día a día y disfrutar de cada momento. Y el hecho de poder surfear horas y horas en bañador sobre olas perfectas es algo sin lo que no puedo vivir". A sus 26 años, Camille no se arrepiente de nada; saborea su día a día, consciente de la suerte que tiene de llevar esta vida a orillas de dos océanos. "No sólo me lo debo todo a mí misma, también se lo debo mucho a mis padres. Vivo en los dos lugares más bonitos del mundo en mi opinión, tengo un techo, un coche para desplazarme, un trabajo que me da de comer y tiempo para disfrutar de mi pasión. Si tuviera que volver a hacerlo, elegiría esta vida una y otra vez".

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